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Margaret Archer. Entrevista en Sophia Online

Margaret Archer: «Las redes comunitarias nos salvarán»

La socióloga inglesa dice que la ambición por ser productivos y ganar dinero nos lleva a tratarnos como objetos y que sólo podremos superar esa presión si nos unimos.

Por Isabel Martinez de Campos

«Creo que nos estamos dejando engañar por todo este aparato del dinero, que por medio de las publicidades nos dice que hay un precio para todo. Lo peligroso del dinero y de la comercialización de nuestras vidas es llegar a pensar que la plata es la única divisa. No es así: el tiempo es una divisa, el esfuerzo es una divisa y los conocimientos son otra divisa. Tenemos la necesidad de recuperar esas divisas que tienen mucho valor y la responsabilidad de usarlas por el bien de la sociedad”, dice la socióloga inglesa Margaret Archer durante una charla con Sophia en Buenos Aires, adonde vino para inaugurar la Facultad de Ciencias Sociales, Políticas y de la Comunicación de la Universidad Católica Argentina.
Margaret tiene 66 años, fue la primera mujer presidenta de la Asociación Internacional de Sociología, es miembro fundadora de la Academia de Ciencias Sociales del Reino Unido y, entre otras responsabilidades, hoy tiene el placer de vincularse con sus alumnos en la universidad inglesa de Warwick. Cuando le preguntamos por los cambios que debemos encarar como sociedad, no duda en decir que las crisis que atraviesa el mundo en el que vivimos nos dan una gran oportunidad: la de humanizarnos, volver a tratarnos como sujetos en lugar de objetos de consumo.
Para lograr esto, ella cree que es necesario que recuperemos nuestros tiempos, que seamos conscientes de cuánto nos demanda esta sociedad y que volvamos a las relaciones interpersonales, porque cuando hay un vínculo verdadero entre las personas aparecen divisas más importantes que el dinero: el amor, las relaciones del corazón y la existencia del otro. “Nuestra sociedad se torna cada vez más demandante. El ejemplo más claro lo veo en la universidad. Veinte años atrás yo sabía quiénes eran mis alumnos, les veía la cara, sabía de sus vidas, conocía sus aspiraciones, había un vínculo –explica–. Ahora tengo 170 alumnos, en un aula enorme, y no les veo la cara cuando hablo. Sé que tienen distintas vidas y temas personales. En el Reino Unido, tenemos muchos estudiantes de países lejanos; muchas mujeres musulmanas, por ejemplo, y chinas también. Cada una de ellas tiene diferentes problemas. ¿Cómo nos hacemos un tiempo para averiguar qué las pone tristes, cuáles son sus dificultades? Es complicado”.
–Margaret, ¿qué siente uno con tanta presión?
–Culpa, una inmensa culpa, porque como profesores sabemos lo que nuestra tarea requiere y no podemos hacerla tan bien como quisiéramos. Ser maestra no es sólo disertar, es ocuparse de la individualidad y el ser de cada alumno. Esta presión y esta sensación de culpa permanente está presente en todas las áreas de la vida. Es como que estamos metidos en la línea de producción de una fábrica que no para. Muchas veces en el día uno tiene que decir frases como “Perdoname, te tengo que dejar ahora, tengo una reunión u otra cita”. Todo va a mil, la madre tiene que dejar una charla para llegar a su casa a tiempo porque se va la cuidadora, que, a su vez, tiene que ir a buscar a su propio hijo a la guardería porque, si no, la maestra no puede hacer las compras del supermercado… y así es todo. Éste es el gran problema de nuestra época: sentimos que no estamos haciendo nada bien.
–¿Cuándo se produjo este cambio?
–Fue gradual. Lo mueve mucho el dinero. Lo que ocurre en las universidades empezó cuando las casas de estudio dejaron de ser para una minoría. Antes sólo accedía el 4% de los estudiantes en edad universitaria; ahora el gobierno en el Reino Unido quiere tener el 50% . No estoy haciendo un juicio de valor acerca de esta decisión, pero sí puedo afirmar que en el marco universitario actual las relaciones interpersonales casi se han desvanecido.
–Es que la falta de tiempo anula las relaciones interpersonales. Muchas tenemos la sensación de que no estamos haciendo las cosas bien en nuestra familia, en nuestro trabajo, con nuestros amigos. Nos apuramos nosotras, apuramos a los chicos…
–En Europa, por ejemplo, los chicos no están autorizados a caminar solos, por el tema de la seguridad. Es entendible protegerlos del tránsito, que está cada vez peor, pero los padres no los dejan ya ni hablar con la gente; no hay que hablar con extraños. Pero no todos los desconocidos son asesinos. Realmente, la libertad en la que crecíamos antes les ha sido quitada a nuestros hijos. Los chicos en las ciudades están atosigados de actividades, se los lleva a baile, a nadar, a clase de idiomas, fiestas. Estos tiempos son de mucha presión en Europa. En Inglaterra, por ejemplo, ya está muy instaurada la costumbre del “único hijo especial”. La mayoría de mis colegas, mujeres profesionales, conferencistas, intelectuales, profesoras de la universidad, prefieren quedarse con un único hijo. La mayoría dice que por motivos financieros. Yo lo veo: depositan todos los sueños y deseos en este único hijo, que tiene que ser perfecto en el colegio, en la música, en los deportes, en los idiomas. Es muy duro para el chico tener que ser un éxito constante y no tener permiso para decir: “Odio nadar”. En algún punto, la presión está en todas partes y a todas las edades.
–¿Qué pasa con nuestra alma ante tanta presión?
–Se pierde el contacto interpersonal, porque empezamos a tratar a las personas como objetos y no como sujetos. En términos cristianos, “todo contacto humano debería ser importante, porque cada ser es una criatura de Dios”. Si miramos nuestra lista de obligaciones y decimos “hice esto, me falta hacer esto otro”, llegamos a lo que yo llamo la línea de producción. Tenés que trabajar rápido y de manera eficiente porque, si no, te pasa como en la línea de la fábrica. Si hay que fabricar un auto y uno no le pone bien la rueda, el otro no puede hacer su trabajo: todos dependen de la eficiencia “relojito” de todos. De alguna manera, estamos conducidos a seguir este engranaje.
–¿Le preocupa mucho la pérdida de los vínculos persona a persona?
–Sí, me duele. Mis estudiantes vienen a veces con un pretexto para preguntarme algo, pero yo sé que necesitan ayuda y les pregunto qué puedo hacer por ellos. Muchos tienen planteos, preocupaciones, o sufren acosos. A una de mis alumnas, dos años atrás, los padres querían llevarla de nuevo a Asia para casarla con un señor en un matrimonio arreglado. ¡Qué gran problema para una joven que está a punto de graduarse y puede tener un futuro! Ella se sentía abrumada por tener que decirles que no a sus padres, que no quería un matrimonio con un primo tercero, algo que para su cultura era perfecto. Era tremenda su sensación de elegir entre sus mandatos familiares y culturales y su vida profesional con un futuro por delante. Éstas son personas con verdaderos problemas.
–¿Cuál es nuestra responsabilidad como seres humanos de transformar la sociedad?
–Intentar no darle tanta importancia al dinero. Claramente, lo necesitamos para vivir, pero estaría genial que, en la medida en que se pudiera, no trabajáramos sólo por el dinero, que de alguna forma le encontráramos siempre un sentido a lo que hacemos. Pensemos en un regalo: ¿qué apreciaríamos más, un perfume hecho por un buen diseñador o una bufanda tejida con las propias manos? La segunda tiene más valor, porque la persona que nos la regaló se tomó su tiempo para tejerla, para elegir la lana que más nos iba a gustar, porque nos dedicó amor. Si un amigo me regala veinte dólares o va a una librería a comprarme un libro que me gusta, voy a apreciar más la segunda acción. Veinte dólares no hacen demasiada diferencia en mi vida.
–Le estamos poniendo precio incluso al amor…
–Sí. Hoy en día, ¿cómo demuestra la gente el amor? Por cuánto dinero gasta. Hace un tiempo leí un reportaje hecho a un matrimonio que había quedado desempleado, y el periodista le preguntaba qué era lo peor del desempleo. La pareja contestó: “El hecho de no poder darle a nuestro hijo regalos de Navidad por valor de 3000 dólares”. Me impactó mucho la respuesta. A un chiquito no le importa cuánto se gasta en sus regalos, lo que le importa es cuánto tiempo pasan los padres con él. Prefiere que le lean un cuento, que le hagan un dibujo, que lo abracen. Estamos más pendientes de lo que no podemos comprarles que de las cosas que podríamos hacer por ellos y que no implican gastar dinero. Vivimos inmersos en este mundo desde muy chicos. Las chicas jóvenes están pendientes de cómo quieren lucir y tienen una mala imagen corporal de sí mismas ya desde antes de los 7 u 8 años. Nuestra sociedad alimenta eso. Seguimos insistiendo con las Barbies, cuyo único fin es agregarles ropa y adornos para que luzcan cada vez más lindas. Siguen siendo el ícono más claro de la sociedad, donde es más importante cómo luzco que cómo soy.
–¿Cómo podemos cambiar esto?
–Depende de en qué momento de la vida estemos y del nivel de conexión que tengamos, pero podemos hacer cambios desde lo más pequeño. En Inglaterra, y supongo que acá también, hay una enorme competencia para ver quién hace el cumpleaños más llamativo para los chicos. Quizá podemos empezar a cambiar las cosas si hacemos una búsqueda del tesoro o si nos concentramos en la creatividad y la naturaleza, y jugamos a buscar diez tipos diferentes de plantas, en lugar de tanta parafernalia. Les hemos quitado a nuestros hijos el juego. Hay que recuperar el divertirse con poco. Esto va para todas las edades.
–¿Podemos vencer la presión?
–El gran éxito de la publicidad es cuando logra que hagamos lo que ella quiera. A mí me sigue impresionando por qué la gente es capaz de pagar hasta 800 dólares por un jean con tal de que figure el logo de determinada marca. ¿Por qué es cada vez más imposible encontrar un jogging sin marca? Es como que ya estamos totalmente inmersos en una sociedad donde las personas compiten y se comparan y dicen: “Me puedo comprar tal marca” y con eso se sienten seguros. Tampoco podemos resistir no ver televisión. Son muchas las presiones y todas nos están ganando.
–Usted escribió esta frase: “Somos aquello que más nos importa”. ¿Qué quiso decir?
–Está en las Escrituras, en el Nuevo Testamento: “Donde está tu tesoro, ahí estará tu corazón”. En lo que ponés más valor es donde serás encontrado. Si lo que más valorás es el dinero, estarás donde está él. Si valorás el éxito, estarás buscando éxito. La mayoría de los alumnos y profesores que me acompañan no creen en Dios, y escribí esta frase para que me entendieran. Creo que todos tenemos un fin último, aquello que más nos importa.
–¿Usted tiene fe?
–No tengo tanta fe como para decir: “Creo en esto o en lo otro”. Tengo con Dios una relación personal de amor. Tengo muchos amigos seculares que siempre me dicen: “La fe debe ser muy reconfortante para vos”. Sin embargo, siempre digo que es muy linda la religión, pero también es muy demandante. Todo el tiempo se te pide más y más, dejar ir cosas, soltar, creer, tener confianza. Eso me cuesta mucho por mi personalidad controladora, pero trato de hacerlo todo los días. Soy muy autosuficiente y Dios nos obliga a olvidarnos de nosotros mismos, a pensar más en él.
–¿Qué podemos hacer para cambiar las cosas y recuperar nuestra esencia?
–Los grandes dolores nos sirven para aprender algo nuevo. Ante circunstancias a las que nunca les habríamos dado la bienvenida, como la crisis que empezamos a atravesar hace unos años, la vida nos ayuda a crecer y aprender. Veamos la crisis económica, por ejemplo: cuando la moneda se devalúa, en muchos países surgen los bancos de intercambio; hay personas que cambian una tarde al cuidado de un bebé por un trabajo de pintura o de costura. Lo bueno de esto es que traemos de nuevo a la vida el contacto interpersonal, que se estaba perdiendo. Hay personas que de otra forma quizá nunca se habría conocido y que, al conectarse por necesidad, se vuelven amigas; así se van haciendo redes, se recupera la confianza, volvemos a entender que es más importante quién hace el trabajo que el trabajo mismo. Esto humaniza: sacamos a la persona del lugar de objeto y recuperamos su capacidad de sujeto. Las redes comunitarias serán las únicas que nos salvarán de la presión bajo la que vivimos. Sólo así recuperaremos el vínculo, pongo la firma.

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